Provolone a la noche

Nunca es tarde para pedir perdón. El adolescente no pretende que sus padres no se equivoquen sino que les muestren que se puede reparar con cariño y humildad.

2004-11-24

Eran las once pm y ya había liquidado el tema "niños". Luego de sus tradicionales quejas tipo: -" Ya a dormir? Es re-temprano!", se fueron acostando. Me despedí de cada uno escuchando sus últimos comentarios de un día lleno de emocionantes aventuras; caballos retovados, tarariras huidazas o carcajadas liberadoras de un discutido juego de naipes. En fin, un día más de las vacaciones en que llegó el reconfortante silencio que sólo el cansancio y el fresquito de la noche pueden lograr.

En medio de dicha paz llega ella, la adolescente, que cada vez con mayor frecuencia no se puede dormir. Me sobresalto y como buena descendiente del mono reacciono:

-¿Qué querés? ¡Me asustaste!

-¿Tenés un par de medias?

-No, no tengo, ¡Pero qué cosa Lucía! ¡Siempre con alguna excusa estás molestando a esta hora!

No me deja terminar la frase que da media vuelta y regresa cabizbaja a su cuarto. ¡Qué sabor amargo! Pero, al fin y al cabo yo también tengo derecho a explotar y a esta hora no hay paciencia que aguante... Me acomodo en la cama y me dispongo a leer el libro del momento: "Los siete hábitos de las familias altamente efectivas". ¡Oh, ironía del destino!. Me voy adentrando en la lectura y trato de interiorizarme con lo de ser un factor de cambio en las relaciones familiares negativas; cómo dejar de culpar al otro y promover actitudes positivas a través de los llamados "Depósitos en la Cuenta del Banco Emocional". ¡Fabulosa idea!. Leo cada vez más compenetrada cómo un padre de un adolescente muy rebelde decide cambiar su actitud autoritaria por detalles concretos de servicio e interés hacia su hijo consiguiendo recuperar la confianza y el afecto casi perdidos.

¡Ya estaba! No necesitaba más para darme cuenta de lo egoísta y bruta que había sido. Me levanté, tomé un par de medias y llegué a su cuarto:

- ¿Lucy?

- ¿Qué?

- Encontré un par de medias.

- No, igual, ya agarré unas de Mary... (Como quien no quiere arriesgarse a recibir más reproches)

- Pero mejor usa éstas que están limpias.

- Está bien. (Se las pone y se la juega...). ¡Estoy muerta de hambre!

- ¡Ah, bueno! Vamos a ver qué puede haber para comer porque si no no te vas a poder dormir.

Me acompaña dudosa entre asombrada y agradecida. La heladera no ofrecía nada tentador. De pronto veo un queso provolone sin hacer. La miro y le digo:

-¿Y si hacemos un queso provolone?

- Ay, no, no sé, mucho trabajo, dejá igual.

- No dale, es un minuto y yo también tengo hambre.

- Bueno. (La recompensa en sus ojos de felicidad.)

Quién nos viera madre e hija disfrutando de un exquisito "provolone a la noche" y compartiendo una de esas experiencias que hacen que el corazón salte de emoción al recordarla.

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